CAMINANDO SOBRE VIDRIOS
El pasado sábado doce de octubre se materializó el principio del fin del Poder Judicial de la Federación, en un execrable acto; el legislativo -brazo ejecutor del ejecutivo- cual verdugo, nos redujo a las personas juzgadoras a números, clasificándonos en “nones o pares” para decidir nuestro tiempo como tales, ya sea cesarnos en 2025 (nones) o 2027 (pares); “los nombres son irrelevantes”, dijo el presidente del Senado; más adelante calificó como “humana, sensible y comprometida” la decisión de que ocho juzgadoras en etapa de embarazo o lactancia que resultaron nones, fueran “salvadas”, es decir, cesadas hasta 2027 su pretexto de aplicar “paridad de género”; ya al finalizar bromeó con “de aquí a la lotería nacional”.
Durante aquél lúgubre momento solo se podía escuchar entre el silencio, el crujir de sus odios, el choque de sus siniestras cóleras fulgurantes dirigidas en nuestra contra. En un espectáculo dantesco con cobertura nacional, cual ejecución medieval se trazó nuestro destino; tan grotesco e insultante que no hay palabras que narren el nivel de ignominia inferido. Como si con fatalidad y burla así lo hubieran dispuesto para que nuestra humillación fuera más grande, como bolas de tómbola precipitándose en su base (que a mi sentir parecían cabezas rodantes arrancadas del cuerpo por una guillotina), así pretendieron aniquilar nuestro espíritu y dignidad.
Ninguna de esas bolas contiene nuestra historia de vida, el sacrificio que nos costó a las juzgadoras no solo llegar –igualdad de oportunidades-, sino también mantenernos en el cargo -igualdad de resultados- priorizando las cargas descomunales de trabajo por proteger derechos de nuestros semejantes y dejando en segundo lugar matrimonios, hijos, familias, (cuyos miembros en ocasiones sufren enfermedades crónicas y/o degenerativas), decisión de ser madres, amistades, lugar de origen, descanso, esparcimiento, horas de alimentos, entre otros. Tampoco dan cuenta de las dobles o triples jornadas que las mujeres juzgadoras realizamos, pues a la par de la labor jurisdiccional, que implica no solo el dictar sentencias con las horas de estudio que acarrea, sino el substanciar y dirigir procedimientos, manejo y contención del personal, administración del órgano jurisdiccional, atención de justiciables, participación en la academia y demás foros para difundir la cultura jurídica, así como el activismo en la defensa de la independencia judicial, como lo hacen nuestros pares varones; también somos administradoras del hogar y en quienes recaen las labores de cuidado de hijos e incluso de padres, esposos o cónyuges, lo que realizamos varias de nosotras solas, ya que la mayoría de nuestras familias son monoparentales, pues lo demandante de nuestra función trajo como consecuencia divorcios, donde los padres de nuestros hijos no solo se divorciaron de nosotras, sino también de ellos, en un intento inútil por lastimarnos por haber osado poner fin a relaciones desleales o por interés; otras titulares también se ven solas, pues por la misma razón nunca se formalizó o concretó una relación ni se pudo conciliar la vida profesional con la maternidad ya que por atender las cargas de trabajo y tratar de tener mayores posibilidades de crecer profesionalmente, se vieron en la necesidad de decidir entre ser madres o titulares de un órgano federal; también hay quienes quisieron o se vieron obligadas a concretar su deseo de ser madres biológicas -incluso sometiéndose a tratamientos de fertilización-o adoptivas -en ocasiones después de varios intentos fallidos para lograr un embarazo-, sin el acompañamiento de ningún tipo del progenitor. Las menos, han logrado formar una familia tradicional, también con mucho mérito.
Muchas de nosotras emigramos a otra región del país a donde se nos adscribió, trasladándonos solas o únicamente con nuestros hijos, por no contar con ninguna red de apoyo en ese lugar y aun así, abrirnos paso en esa nueva ciudad, no solo en nuestra vida personal con todo lo que implica, sino también afrontando el reto que envuelve legitimarse como juzgadora ante pares, justiciables y colaboradores por serles desconocidas; y, si nuestra edad y aspecto se acercaban a los estándares hegemónicos aceptados para una mujer, cuestionaron nuestra capacidad para juzgar, lo que también ocurrió si nuestro aspecto se alejaba de tales estándares, peor aún si alguna osó tener una abierta identidad o preferencia sexual diversa a la hegemónica, porque los cuestionamientos fueron más severos; lo que implicó otra vez redoblar o triplicar esfuerzos en la labor jurisdiccional para demostrar por qué llegamos.
Con la ilusión y compromiso de acceder al cargo de Juezas y Magistradas, desarrollamos los factores de desempeño suficientes a fin de alcanzar el puntaje exigido, mediante la constante actualización académica, obtención de grados, acreditación de cursos, diplomados, publicación de libros, impartición de clases, coordinación de aulas o asociaciones judiciales, entre otros, así como el mantener en orden y sin rezago el órgano jurisdiccional, a la par de actualizarse para un futuro concurso. Hubo algunas a quienes su contexto y circunstancias les favoreció para poder participar y lo lograron después de un largo esfuerzo, otras que no; no por desinterés, sino por nuestras propias limitantes, como falta de coincidencia en calendarios escolares de hijos con las fechas posibles de adscripciones para poder migrar con todo y ellos, más si se carece de redes de apoyo en la ciudad no de origen, sino de adscripción donde se quedarían solos los hijos en lo que concluye su ciclo escolar, por decir algún ejemplo.
Hasta este momento ya habíamos subido una cuesta bastante empinada; ya habíamos hecho catarsis, al haber florecido sobre la tierra que nos echaban encima, forjamos nuestro carácter y desarrollamos virtudes como la sororidad, resiliencia y sensibilidad, demostrando nuestra fortaleza y
capacidad para el cargo, pese a tantas vicisitudes. Éramos las heroínas de los cuentos de hadas que le contaba a mis sobrinas y a mi hijo que vencíamos cualquier obstáculo y que no necesitábamos de príncipes ni castillos para ser felices para siempre.
Sin embargo, nuestro esfuerzo ya nada vale, nuestra vida y trayectoria jurídica se invisibilizó, pues sin importar nuestro contexto, edad, estado de salud, deberes de cuidado y sin ninguna perspectiva interseccional, resulta que no solo nos cesan, sino que nos arrebatan la posibilidad de acceder a algún tipo de pensión, ya que nos iremos sin nada; pues somos demasiado jóvenes para jubilarnos pero demasiado maduras para empezar de cero (al obligarnos a desplazarnos a diverso circuito dada la prohibición de ejercer alguna actividad en el lugar de adscripción durante dos años). Derecho a una pensión que merecemos como acción afirmativa a manera de reparación compensatoria que dignifique nuestro género y el esfuerzo por haber llegado y permanecido en nuestros puestos realizando diversas aportaciones jurídicas en pro de las
mujeres, entre otras.
Y es que no solo anularán nuestros derechos, sino de todas las mujeres del país, al replicarse la discriminación estructural que histórica y sistemáticamente está intrincada en la sociedad mexicana, perpetuando las violencias de las que todas hemos padecido, directa o indirectamente.
Al prescindir de nosotras se olvidarán todas las aportaciones jurídicas que hemos brindado a través de nuestras resoluciones, pues de manera comprometida hemos ejercido nuestro rol transformador como agentes de cambio social, para reducir las brechas de desigualdad y lograr una justicia integral. Basta recordar sentencias en la que se anularon matrimonios contraídos con niñas, las que otorgaron licencias de maternidad por adopción, pensiones compensatorias, por viudez en el matrimonio y concubinato, las que reconocieron la igualdad de acceso en educación, empleo y desarrollo, así como la estabilidad laboral durante el embarazo, por ejemplo.
Nuestra participación en la labor jurisdiccional desde una perspectiva interseccional, intercultural, diferenciada, trasversal y con ajustes razonables al procedimiento, ha sido clave para el desarrollo del país, pues cuando las mujeres acceden a espacios públicos donde se toman decisiones, nuestras democracias son más fuertes, más inclusivas y más justas. Forjamos en niñas, adolescentes y adultas, el referente de que los techos de cristal pueden romperse y que desde la cima pueden abrirse las puertas del poder para muchas mujeres más, que pueden llegar tan alto como se lo propongan, ejerciendo sus derechos de manera igualitaria.
La historia debía contar que somos la buena estirpe de la nación mexicana que al igual que nuestros pares, amantes y bravos guardianes de nuestras libertades y derechos, fuimos las heroínas; debía narrar las luchas que enfrentaron nuestros nobles espíritus cuando combatieron en una época tristísima contra los enemigos de la patria; debía escribir que fuimos juzgadoras atrevidas y valerosas en las que nuestras acciones la gloria iluminó con su resplandor, inmortalizarnos cual caudillos que osaron enfrentar al impostor y al arbitrario, pero tristemente con vergüenza y deshonor hasta hoy nos describirá como víctimas, replicando el estigma de la mujer-martir que tanto quisimos borrar.
Alguna vez rompimos el techo de cristal y ahora nos toca caminar sobre sus vidrios.
Doctora Gabriela Elizeth Almazán Hernández, Jueza de Distrito.